YO = yo + mi circunstancia

Ingrid Kahlo

Hace un par de noches, en una conversación entre amigas, surgió el tema de los estereotipos y entre ellos el de belleza. Una de ellas defendía el hecho de usar maquillaje, depilarse o someterse a cirugía estética, si eso era lo que te hacía feliz. Defendía que no hay por qué hacer todo eso por un hombre, una puede hacerlo para gustarse a sí misma. Y por ese motivo lo definía como un acto feminista.

-«Ser feminista no significa ser fea o descuidada«.- Argumentaba. Y yo estoy de acuerdo. Al igual que sostengo que cada mujer se adhiera a su concepto de belleza, si eso la hace sentirse bien consigo misma, y no lo hace por obligación a nadie. Las dos asentimos respecto a esa afirmación. Pero mi reflexión ahonda un poco más profundo en la raíz de las cosas. Mi pregunta no es si está bien o mal usar maquillaje, depilarse, someterse a cirugía para tener mayores senos y nalgas, menor cintura, labios más gruesos, menos arrugas, etc. mi pregunta es ¿por qué nuestro estereotipo generalizado de belleza se conforma de estas características?

-«Este estereotipo de belleza está impuesto por el patriarcado«.- Le decía yo. «A pesar de que no sientes que nadie te lo imponga, está grabado en tu mente como parte de la educación que has recibido desde que naciste«.- Ella me miró pensativa, pero aún sin convencer.

«Imagina que en vez de en Europa hubieras nacido en una tribu de Etiopía, donde el canon de belleza femenino requiere insertar un plato en el labio inferior y orejas de las mujeres desde su niñez. Y mientras mayor sea la dilatación de labio y orejas, más bella y aceptada socialmente será la mujer. En ese caso defenderías esa estética porque esa sería tu idea de belleza«.- Esto la hizo pensar por un momento. «Te gusta tu concepto de belleza, pero no por ello significa que esté libre de influencias sociales/patriarcales, todo lo contrario«.-

Entonces me acordé de Ortega y Gasset, y de su filosofía perspectivista. Una de sus frases más ilustres afloró sin remedio en mi mente: Yo soy yo y mi circunstancia. Y si no la salvo a ella no me salvo yo. «Déjame explicarte cómo interpreto su filosofía respecto a este tema».- le dije.

Imagínate que cuando estamos recién nacides, apenas existe barrera entre nuestros ojos y el mundo que nos rodea. Nuestro campo visual está limpio y abarca todo lo que queramos, vemos «la realidad» desde nuestra perspectiva pura e inocente.

Conforme vamos creciendo, en nuestra infancia, tanto nuestra familia como en la escuela, nos educan en lo que está bien o mal, en lo que es bonito o feo, en lo que da miedo o risa, en lo que es justo o injusto… De la mano de estas enseñanzas vienen algunos prejuicios, miedos, concepciones de la realidad y de nosotros mismes. Imagina que cada uno de ellos supone una línea opaca que se traza entre nuestros ojos y el «mundo exterior». Nuestro campo de visión se va llenando de líneas y ya «la realidad» no penetra completa y libre en nuestra mente; se cuartea al atravesar las líneas, y hay trocitos que directamente se quedan fuera de nuestros ojos.

A medida que vamos avanzando en nuestra vida, solemos añadir más y más líneas que nos impiden recibir la realidad libre y completa. El filtro se vuelve más compacto, y cada vez pasa menos por los huecos que quedan entre los juicios, miedos, sentimientos negativos, y etnocentrismo que configuran nuestra visión de la realidad. Esta visión, deformada y sesgada, es la placa base sobre la que socializamos, juzgamos, tomamos decisiones… es decir, sobre la que vivimos.

YO = yo + mi circunstancia


YO vivo todo el tiempo de mi vida interactuando con una realidad que no es «la realidad» sino una visión muy filtrada de la misma.

Por supuesto, cada filtro es individual. Algunas de las lineas que lo conforman corresponden a mi personalidad y a las vivencias que he experimentado, y que por supuesto no puedo cambiar. Y ésto es el yo.

Muchas de las líneas del filtro le pertenecen a la educación que he recibido de la sociedad en la que he crecido. Esto es mi circunstancia.

¿Estás de acuerdo con la ecuación? Mi conclusión es que el yo es la única constante, nuestras características intrínsecas y experiencias personales. Pero YO puedo cambiar si quiero. Porque aunque no puedo cambiar «la realidad» en sí, sí puedo eliminar muchas de las líneas de ese filtro que me impide recibir lo que el mundo tiene que ofrecerme de una manera abierta, libre, pura, natural y sencilla.

Una puede comenzar a limpiar su campo de visión siendo consciente de los prejuicios asentados por años en la mente. También de los miedos y de la ignorancia que nos lleva a juzgar lo desconocido. Y de la discriminación y el odio, que derivan de esas líneas tan gruesas como son el ego y etnocentrismo, las ideas preconcebidas y los estereotipos. Y una vez que el filtro -mi circunstancia– sea mucho más ligero, te aseguro que el YO de la ecuación será diferente; e interactuará con el mundo de una forma más justa, imparcial e íntegra que al principio.

NOTA: Éste artículo NO es una llamada al abandono del maquillaje, la cirugía estética, los tacones, etc. ni la feminidad como cada una la conceptualice en este momento. Sigo y seguiré defendiendo que cada persona haga y deshaga lo que quiera para gustarse a sí misma y sentirse bien. Es una llamada a reflexionar por qué nos gusta lo que nos gusta y de dónde nos viene. Y de cómo ser capaces de reconocer nuestros propios prejuicios y estereotipos en pos de un mundo más abierto de vista y de mente.

Lesbofobia desmerecida

Lesbofobia es el nombre que comprende las diferentes formas en que las lesbianas somos «atacadas» por el mero hecho de serlo.

Es un amplio abanico de hostilidad que va desde la invisibilidad social y el cuestionamiento sexual de este grupo, hasta la violencia más brutal que incluye violaciones correctivas, violencia física y asesinatos. Cada una de las varillas de este abanico es un escalón de sufrimiento más que se añade a un grupo social frecuentemente silenciado, a una discriminación que suele etiquetarse bajo el genérico nombre de homofobia… sin tener en cuenta la carga misógina que la lesbofobia arrastra.

Hay crímenes contra lesbianas que resultan innegables hasta para el macho más hegemónico. No hay más que indagar un poco sobre el tema como para poder empapelar la superficie terrestre con noticias de ataques a mujeres lesbianas. Empezando por palizas, violaciones, detenciones policiales injustificadas, acoso en lugares públicos o de trabajo, despidos improcedentes… hasta los más brutales casos de violencia y asesinatos. No hay donde esconder acciones tan injustas como estas, pero ¿qué ocurre cuando bajamos unos escalones en el abanico de la lesbofobia?

Cuando hablamos de invisibilidad social, por ejemplo, los machitos de turno se echan las manos a la cabeza. Cuando cuestionan tu sexualidad abiertamente no ven la discriminación: «¿Lesbiana tú? Pero si eres muy femenina…» «Eso es que no has probado un hombre en condiciones» «¿Y quién de las dos es el hombre?» «¿Y las mujeres como lo hacen?» «Si el sexo entre mujeres no es sexo…» Esa es mi frase favorita. Me la he encontrado de varias formas y viniendo de personas muy diferentes, incluyendo mujeres heterosexuales: «Yo no podría ser lesbiana en la vida porque a mí me gusta mucho el sexo de verdad«.

Por supuesto el sexo lésbico es de mentira, puesto que no gira en torno a un hombre con un falo y se centra en el placer femenino.
La primera vez que me encontré con este comentario fue por parte de un hombre heterosexual. La rabia me invadió por dentro, sobre todo cuando una gran parte de hombres heterosexuales consume porno lésbico -fabricado para ellos-, o presume de o fantasea con tener sexo con mujeres que tienen sexo entre ellas. En ese caso sí es sexo, por supuesto… pero cuando no integra a un macho como protagonista principal, la doble moral habla por sus bocas: el sexo entre dos mujeres no es sexo.

Frecuentemente estas preguntas se acompañan de otras del estilo: «¿Y has estado alguna vez con un hombre?» «¿Cómo te diste cuenta de que eras diferente?» «¿Y es esta tu primera novia?» Si consigues sobrevivir a esta ametralladora de dudas y prejuicios sin explotar, a menudo no te irás sin que se añada a todo esto un comentario derogatorio despreciando de alguna manera quien eres y/o lo que elegiste hacer con tu vida.

Pero el cuestionamiento sexual no es el único tipo de lesbofobia que forma parte de «nuestro pan de cada día». Ya me acostumbré a que cada vez que vamos a un restaurante el camarero nos pregunte si somos hermanas… la última vez que me lo preguntaron fue el hombre de la compañía de mudanzas, mientras desmontaba el sofá para montarlo en el camión. Cuando esto te ocurre el 99.9% de veces que sales a comer, te registras en la recepción de un hotel con tu pareja, contratas a una empresa de mudanzas o llamas al fontanero de guardia empiezas a preguntarte: ¿le hace la misma pregunta a parejas heterosexuales y a parejas gays? Probablemente no.

Lesbofobia desmerecida: No es la primera vez que explico este tipo de discriminación a otras personas. La repuesta siempre se parece a: «Bah, no es para tanto«, «Yo creo que eso son tonterías«. Pues será que me quejo por gusto.

¿Para qué te quejas? Si el matrimonio homosexual es legal y hay leyes contra la discriminación en base a la orientación sexual. ¿De qué te quejas? Si no te han asaltado en la calle, ni despedido del trabajo, ni violado, ni matado… ¿Por qué te quejas? Si ya tienes el día del orgullo LGTBIQ+ y la libertad de salir a la calle de la mano con tu novia (aunque nadie te garantiza un paseo libre de miradas o de abuso verbal en algunos lugares).

Me quejo de lo que no se ve porque no se quiere ver. De no tener suficientes referentes lésbicos en el cine, la televisión, la publicidad, la educación pública, la política y un infinito etc.
Me quejo de ser cuestionada sutil e «inocentemente» por quienes me rodean.

Me quejo del abuso verbal y las faltas de respeto que sufrimos por ser mujeres que aman a otras mujeres.

Me quejo de que el machismo no puede soportar que una mujer no quiera tener nada que ver con un hombre.

Me quejo de los prejuicios que asumen e imponen una heterosexualidad obligatoria y desprecian todo lo que no encaja en ella, y aún más si son mujeres las disidentes.

Me quejo de este abanico completo de lesbofobia, desmerecida para muchas, pues mientras siga abanicando al patriarcado rancio enraizado en nuestra sociedad, nosotras, las lesbianas, no tendremos paz.

Soneto menstrual

Estoy abultada hecha polvo rendida.
Derrama sangre mi matriz hinchada,
folículo grana, vida esbozada
y termina mi fase alicaída.

Doce horas, yo feraz y aleonada.
Oportunidad fértil concedida:
Soy libidinosa, sensual y efluida;
me siento ligera, bella, alada.

Cuerpo lúteo: mi cuerpo generoso
y mis senos tersos como hormonales.
Se preparó mi endometrio valioso

y tras media lunación no hay señales,
mi útero está vacío e inoficioso.
Final de uno de mil ciclos menstruales.

Análisis literario del soneto menstrual

1.Primer cuarteto: fase folicular

“Estoy abultada hecha polvo rendida.
Derrama sangre mi matriz hinchada,

El día 1 de nuestro ciclo comienza con la llegada de la menstruación. Todas somos y sentimos diferente, pero casi me atrevo a declarar, en nombre de todas, que no es nuestro día favorito.

La menstruación -el desprendimiento del endometrio- se desencadena tras una caída en los niveles de estrógeno y progesterona si el óvulo liberado el ciclo anterior no fue fecundado, es decir, si no estamos embarazadas. Por norma general nos sentimos cansadas, incómodas, con el vientre inflamado y sangramos. La duración del sangrado es variable, pero suele durar entre 3 y 5 días.

“folículo grana, vida esbozada
y termina mi fase alicaída.”

A partir del final de la menstruación hay un incremento progresivo de estrógeno y de hormona folículoestimulante que, como su nombre indica, estimula al ovario en el desarrollo de varios folículos -cada uno contiene un óvulo- de los cuales sólo uno será el que prolifere y de lugar al óvulo de ese ciclo. Así termina la fase folicular.

2.Segundo cuarteto: Fase ovulatoria

“Doce horas, yo feraz y aleonada.
Oportunidad fértil concedida:
Soy libidinosa, sensual y efluida;
me siento ligera, bella, alada.”

El final de la fase ovulatoria lleva de la mano un pico en los niveles de hormona luteinizante y folículoestimulante. Ésto desencadena la rotura del folículo y por ende la liberación del óvulo (ovulación). Algunas de nosotras somos capaces de sentir ésta liberación en forma de cierta incomodidad/ sensación en lado del «ovario liberador».

El flujo vaginal se vuelve más abundante, transparente/ blanquecino y elástico que en el resto del ciclo. Aunque no todos los ciclos son idénticos, como norma general recuperamos la energía y nos sentimos activas y exuberantes.

Aumenta la líbido y la autoestima, nuestro cuerpo se prepara para la reproducción. El óvulo podrá ser fecundado por unas 12 horas tras su liberación, ésta es la mayor ventana de fertilidad que tendremos durante el ciclo.


3.Primer terceto: Fase lútea

“Cuerpo lúteo: mi cuerpo generoso
y mis senos tersos como hormonales.
Se preparó mi endometrio valioso”

En ésta fase, el folículo roto que liberó al óvulo pasará a formar una estructura denominada cuerpo lúteo, que se establece en el mismo ovario. El cuerpo lúteo segrega estrógeno y progesterona -conocida como hormona del embarazo- que preparan el endometrio desarrollando el revestimiento del mismo. Esto favorecería la supervivencia y desarrollo de un posible embrión implantado en el endometrio tras la fecundación.

El estrógeno y la progesterona también son responsables de un aumento de la temperatura corporal en estos días, aunque por norma general no somos conscientes de ello. Además de originar, en algunas mujeres, sensación de hinchazón, dolor, sensibilidad y tensión en los senos.

4.Segundo terceto: Fase lútea sin fecundación del óvulo

“y tras media lunación no hay señales,
mi útero está vacío e inoficioso.
Final de uno de mil ciclos menstruales.”

El ciclo lunar -lunación- tiene una duración de 29.5 días. Si tras 14 días desde la liberación del óvulo, éste no ha sido fecundado por un espermatozoide, nuestro cuerpo se preparara para un nuevo ciclo.

Algunas mujeres sentimos lo que generalmente es conocido como síndrome premenstrual. Cada mujer es diferente, pero comúnmente solemos padecer dolor de cabeza, cansancio, dolor de articulaciones, incremento del acné y variaciones en nuestro sistema digestivo.

La implantación de un embrión en el endometrio (embarazo), generaría la producción de la hormona gonadotropina coriónica, que iniciaría una señal química para evitar el desprendimiento del revestimiento endometrial (menstruación). En éste caso la fecundación no ha ocurrido, por lo tanto los niveles de estrógeno y progesterona disminuyen para terminar empezando de nuevo: día 1, la menstruación.

Nadie dijo que fuera fácil condensar la complejidad de un ciclo menstrual y nuestras emociones en catorce versos endecasílabos con rima consonante… espero haber estado a la altura.


Salvar el mundo cada día

Un día de entre tantos en el trabajo (soy enfermera), me encontré en una situación de emergencia de una paciente en la que mi intervención, milagrosamente, le evitó la muerte. Aún con la adrenalina corriendo por mis venas, otro de los pacientes (consciente de la situación) me dijo: «No puedo imaginar lo que se debe sentir al salvar la vida de otra persona.» Yo me quedé en silencio, oyendo a mi corazón latir en mi cerebro, hasta que mi concentración y mi pulso volvieron a su lugar.

Más tarde aquel mismo día, mientras me duchaba ya tranquila en casa, comencé a reflexionar: El Mundo como ente es el conjunto de todos los seres vivos que coexistimos justo en éste momento, en este mismo instante. Un segundo más tarde puede que miles de seres vivos hayan fallecido, y otros miles hayan comenzado a vivir. Entonces El Mundo dentro de un segundo, seguirá siendo, pero uno completamente diferente. Supongo que en el tiempo que toma leer esta frase, caben varios mundos.

Cada una de nosotras hace El Mundo como es, somos parte de su «identidad mundial». Cuando nacemos o cuando morimos, el mundo deja de ser el mismo. Esto me hizo pensar que cuando «salvamos la vida de alguien», en realidad estamos salvando El Mundo. Lo estamos salvando de dejar de ser como es, como ha sido hasta este instante, a pesar de su esencia continuamente permutable.

Entonces comencé a plantearme el concepto de salvar una vida. Siempre he pensado que tal expresión no debería referirse solamente al hecho de realizar una actividad o maniobra médica en situación de emergencia para prevenir la muerte inmediata de alguien. Es cierto que previene la muerte de forma aguda, porque es quizá el último segundo de vida que quedaba…pero ciertamente estoy convencida que con nuestras acciones del día a día desviamos los caminos de manera que alejamos tanto la muerte como muchos otros problemas y cambiamos las posibilidades de que ocurran diferentes escenarios. Llegué a la conclusión de que todas salvamos vidas cada día, independientemente de nuestra profesión. Así fue como el peso de la responsabilidad que sentía sobre mis hombros se elevó, y comencé a ver que era un peso compartido con el resto de la sociedad:

«Cada vez que cuidamos, valoramos, apoyamos a otres seres vives que forman parte de la armonía de esta identidad global que conformamos todas, estamos determinando el curso de la vida, estamos salvando vidas, es decir: ESTAMOS SALVANDO EL MUNDO.»

Quizás somos yo y mi mente paranoica y filosófica las que vemos esta correlación de sentidos. Pero quisiera pensar que no estoy completamente loca, y que alguien más me entiende cuando intento explicar que todes somos responsables de salvarnos a nosotres mismes y a les que nos rodean cada día… y que deshacerse de ésta responsabilidad es tan difícil como pretender no ser parte de este mundo.

Desde ese momento traté de analizar mi propia vida, y descubrir todas las maneras en que estaba salvando el mundo cada día: yendo a trabajar, respetando a otras personas, cuidando del medio ambiente, luchando contra injusticias, amando a los demás seres vivos… Creo que todas estamos sosteniendo El Mundo tal y como es en nuestras manos, mientras caminamos sobre una cuerda floja.

Hay días que me frustro, porque veo que hay tantas personas que se dedican a mover esa cuerda floja, a intentar tambalearte o hacerte caer, y convierten el día a día en algo tan difícil… tanto individualmente (discriminación, críticas destructivas, emociones negativas, envidias) como de forma global (política y leyes, economía, sociedad, fronteras, guerras…) que a veces dan ganas de quitarse la capa de super-heroína y bajarse del mundo.

Pero eso no sumaría nada positivo al balance general de lo que ocurre a nuestro alrededor. He aprendido a sobrellevar esa carga de responsabilidad que me corresponde como persona y como mujer feminista, mi rol en El Mundo… y me temo que hoy me coge con más ganas que nunca de luchar por lo que es necesario… así que he de decir a todos aquellos «super-héroes» de pacotilla con mallas y antifaz:

¡Apártense de mi camino, que un día más, VOY A SALVAR EL MUNDO!

La loca del muelle de San Blas

21 de Septiembre de 2012. El viento salado limpiaba su cara de todos los miedos, parecía susurrarle todo aquello que quería oír. Se enroscaba entre sus cabellos a los que el tiempo se había encargado de dar pinceladas blancas, se divertía escudriñando cada recoveco de su piel morena, ajada por los años y por el desdén. Empujaba su pequeño cuerpo que anhelante esperaba, dentro de un traje de novia antiguo, un regreso que nunca tendría lugar. Mirando al horizonte, o quizás mirándose a sí misma, pasó el resto de sus días Rebeca Méndez Jiménez, la loca del muelle de San Blas.

El grupo de música Maná lanzo una canción en 1997 titulada “En el muelle de San Blas” en la que contaban una dramática historia de amor que comenzó en Octubre de 1971, y que, por aquel entonces, aun no tenía final. El mundo entero se encariñó con la pobre loca que protagonizaba la historia, y como si de una figura etérea que trascendía a través de los años se tratara, se acabó convirtiendo en un símbolo: el de la loca de amor que esperó toda su vida por el regreso de su amado…

Para mí fue solo una canción durante años, palabras tejidas a propósito para llenar los oídos y los corazones… hasta que un día descubrí que detrás de los acordes se encontraban los latidos, los suspiros y el estigma que padeció Rebeca, una mujer de carne y hueso que tenía una etiqueta bien grande pegada a su vestido blanco pureza: la de LOCA.

Todas las versiones que pude encontrar coinciden en que una muy joven Rebeca, el 13 de Octubre de 1971, se despidió de su prometido que se adentró en el mar para pescar, labor de la que vivía. Él le juro que volvería, y que en cuanto lo hiciera se casarían. Por desgracia su marcha coincidió con la presencia de la tormenta tropical Priscila, que se cobró muchas vidas a su paso, incluyendo en teoría la de Manuel, desde aquel entonces, eterno prometido de Rebeca. Cuando llego el día de la boda, Rebeca se presentó en la playa vestida de novia, a la espera de su amor, pero él nunca regreso. Traumatizada por la perdida, Rebeca nunca fue capaz de alejarse del muelle de San Blas, y frecuentemente se paseaba por la playa vestida de novia, con la inamovible esperanza de que Manuel regresaría y se casaría con ella. Así pasaron los días, que se convirtieron en meses y en años… y en vida. Y Rebeca sobrevivió tejiendo ropita para muñecas y vendiendo curiosidades a los turistas. Con el paso del tiempo se la fue conociendo como “la loca del muelle de San Blas”, a la que se le adhirió una identidad infantil, desequilibrada y lastimera… una pena tan pegadiza como la sal, y tan infinita como la arena.

Puede que desde el exterior eso es lo que Rebeca pareciera: una loca de amor, una niña traumatizada por esa gran pérdida, una trastornada por un duelo sin fin. Casi no me cabe duda de que su comportamiento encajaría dentro de lo que conocemos como duelo patológico, o incapacidad de superar la pérdida de un ser querido… quizás no recibió el apoyo que necesitaba, quizás ese fue el camino que ella eligió, quizás no estaba loca y su problema era ser demasiado sensata…

En plena juventud (posiblemente adolescencia), Rebeca estaba segura de haber conocido a la persona con la que quería pasar el resto de sus días. ¿Cuantas veces no nos habrán llamado “loca” por haber sentido esto, y cuantas por no haberlo sentido nunca? Su cerebro (o su corazón) se convenció de que esa persona desaparecida era irremplazable, ¿que podría hacer Rebeca entonces? Quizás ella decidió quedarse ahí junto al mar, anclada en el tiempo y en el lugar en el que más cerca se sentía de quien tanto amaba. Puede que al resto del mundo le parezca la decisión equivocada… pero ¿por qué nadie la respetó? Quizás Rebeca se encontró a sí misma en ese lugar y de esa manera: vestida de novia, reviviendo en su memoria lo que pudo haber sido, junto a la inmensidad mar. Quizás, para Rebeca, esa fue su libertad, su comodidad, su decisión, su cordura y su vida. ¿Por qué la loca del muelle de San Blas? Yo no veo locura, yo no veo a la loca…yo veo a una mujer que vivió una vida diferente a lo que el resto del mundo hubiera esperado o deseado de ella… quizás como tantas otras “locas”.

“El olor a sal atravesaba sus poros y penetraba en su sangre. Ella cerró los ojos y respiró el amor que el mar le transmitía. Tantos años se había reflejado en su superficie que el océano la conocía casi tan bien como se conocía ella misma. Su desequilibrada sonrisa para el mundo exterior era un guiño de su alma para su propio corazón. La felicidad le cosquilleaba los dedos de los pies, y la sensibilidad se fue centralizando en su abdomen y su pecho, abandonando las zonas periféricas de su cuerpo. El viento la empujaba por la espalda en dirección al mar. Su cabello ondeaba libre junto a su cara. Ella extendió los brazos hacia el frente… sus dedos comenzaron a deshacerse y se transformaron en cenizas, que volaron salvajes y eufóricas al compás del viento sobre las profundas aguas… y tras sus dedos el resto de su cuerpo, mezclándose quizá con su impasible amante… EL MAR.”

Rebeca Méndez Jiménez

Amor propio y amar a otra persona: reflexión

Hace mucho tiempo que llevo haciéndome esta pregunta. Parece ser, tal como oímos y leemos en todos sitios y tal y como nos dice nuestra lógica, que lo más sano para una misma es amarse, respetarse, quererse y cuidarse antes de amar a otra persona.

Si te paras a pensarlo tiene mucho sentido: Si tú te conoces perfectamente, te quieres a ti misma, te aceptas y te valoras, eso significa que a la hora de “enamorarte” y compartir tu vida con otra persona vas a ser menos vulnerable, más segura de ti misma, y vas a rechazar cualquier tipo de abuso o maltrato por parte de la otra persona. Además, si tu autoestima está bien, significa que vas a expresarte tal y como eres, sin miedos, y darte a conocer verdaderamente. Esto viene siendo más o menos lo que entiendo por amor propio.

Estoy completamente de acuerdo. Hace tiempo que hemos llegado a la conclusión de que no somos “medias naranjas” que andamos por el mundo buscando a nuestra “otra mitad”. Somos frutas enteras que no buscamos nada, pero que disfrutamos de la compañía de otras frutas. El mundo es un frutero gigante ☺

Creo que hasta aquí la teoría no tiene ningún problema. Todo es genial si ya has alcanzado la etapa o el estado de amor propio. Entonces el mundo, de alguna forma te “da permiso para enamorarte de otra persona, para amar”, ya que, idealmente, es la forma más sana de hacerlo. Pero el problema es que también he llegado a oír (y a interiorizar subconscientemente) que es la única forma de hacerlo: Que si no te amas a ti misma, no puedes amar a nadie más. Y aquí llega mi pregunta: ¿es eso completamente cierto?

Es obvio que el concepto de amor propio y autoestima son beneficiosos para una misma. Es cierto que una relación idealmente sana es aquella formada por dos personas que se quieren a sí mismas y entre sí. Pero la realidad se nos va un poco de las manos cuando nos ponemos a mirar a nuestro alrededor. ¿Cuántas personas no habrá por el mundo con problemas de autoestima, inseguridad, miedos y falta de amor propio? No estoy hablando de ninguna rareza, es algo mucho más común de lo que la imagen de perfección que cada individuo trata de mostrar sobre si mismo nos intenta hacer creer.

¿Por qué le estamos negando el hecho de enamorarse de otra persona a alguien a quien le falta amor propio? ¿Acaso enamorarse es algo que una puede evitar? “Me encanta esa persona, pero no voy a enamorarme ni comenzar una relación porque aún no me quiero a mi misma lo suficiente”. Quizás ese pensamiento sería ideal, pero no es realista.

Todas nos queremos a nosotras mismas en mayor o menor medida. Todas nos conocemos aunque sea un poquito, y somos conscientes de algunos de nuestros miedos e inseguridades. Por supuesto que no me olvido de casos en los que la autoestima está tan baja, o cuando se mezclan algunos otros problemas sociales o de salud mental, en los que sí es peligroso comenzar una relación con otra persona, porque las autodefensas están tan bajas que la persona no es capaz de protegerse ni un poquito. Pero eso sería hablar de un extremo. Fuera del extremo, nadie fue siempre perfecto. Todos somos una mezcla más o menos equilibrada de preguntas, respuestas, inseguridades y certezas sobre nosotras mismas. Sería estupendo que trabajásemos en conocernos y querernos más cada día, aceptarnos y defendernos de lo que no nos beneficia, estemos con o sin compañía.

Pero en mi opinión, ese entrenamiento personal de nuestro amor propio no es excluyente del amor hacia otra persona. A veces incluso es compatible con el enamorarse de alguien: de alguien que te ayuda a conocerte a ti misma, que te señala algunas de tus virtudes y tus defectos para que puedas aceptarte, que te ayuda a observarte desde fuera. Alguien que te anime a trabajar en ese proceso de enamorarte de ti misma porque desde su óptica eres una fruta adorable dentro de este frutero gigante.

No siempre tiene que ser así. A veces ocurre al revés, y resulta que cuando te desenamoras o rompes una relación con alguien, de repente encuentras la ocasión perfecta para tener una cita medio a ciegas contigo y enamorarte de ti, con todo lo positivo que esto conlleva. Otras veces el amor propio llega sin estar relacionado de ninguna manera con ninguna otra persona, llega porque has avanzado en el proceso de autoconocimiento y aceptación, porque has crecido, madurado y has tenido la capacidad de verte tal como eres.

Pero mi conclusión final llega respondiéndome positivamente y con todos estos matices a la pregunta que me llevó a esta reflexión. Creo que reconocer que aún nos queda camino por delante para aprender sobre nosotras, y ser conscientes de nuestros miedos, inseguridades y virtudes es el primer paso para ascender en el camino del amor propio. Y pienso que este camino puede hacerse sin compañía, pues no necesitamos a nadie más, pero eso no quita la posibilidad de que a lo mejor te encuentres a otra fruta que te cae muy bien y decidáis caminar juntitas hacia el auto-amor y hacia el amor a los demás.